¿Qué profesor no ha hecho uso del debate en sus clases de español? Sin duda se trata de una de las actividades más empleadas en el aula, lo cual no es sorprendente, ya que es una dinámica habitual en la vida real y por ello de sobra conocida por nuestros alumnos. De hecho El MCER en el capítulo 4 (El uso de la lengua y el usuario o alumno) cita el debate como uno de los ejemplos de tipología de actividades de interacción.
Qué gran satisfacción produce al profesor cuando al llevar al aula un debate es testigo de un acalorado y fructífero intercambio de opiniones, en el que todos los alumnos se involucran con entusiasmo y participan activamente, haciendo que las manillas del reloj corran más rápido que nunca.
Cuando esto ocurre, resultan obvias las ventajas que ofrece este tipo de dinámica:
- Propicia el intercambio comunicativo entre los estudiantes.
- Fomenta el desarrollo de interacciones positivas.
- Maximiza el tiempo de habla de los estudiantes en el aula.
- Estimula la participación activa.
- Promueve la autonomía.
- Pone el énfasis en el significado.
- Promueve el desarrollo de estrategias de comunicación.
Sin embargo, no siempre se desarrollan los debates como uno planifica o tiene en mente. Algunos profesores sufren escenarios como los siguientes:
A. Por más que les tiro de la lengua, no hay forma de que el debate arranque. Los alumnos leen sus argumentos como si estuvieran leyendo las instrucciones de un medicamento, la contraargumentación brilla por su ausencia. Aunque no quiero, tengo que intervenir.
B. El debate está servido, sí, entre Sandy y Joao, que no paran de lanzar argumentos y contraargumentos, mientras sus compañeros permanecen enmudecidos como meros espectadores de un partido de tenis.
C. El debate va viento en popa, hemos conseguido que los alumnos se enzarcen en una verdadera discusión, lástima que no sea en español.
¿Qué ha pasado?, ¿por qué no ha funcionado?
Es probable que en el caso A sea debido a una falta de motivación e interés por el tema propuesto, ¿han elegido los alumnos el tema?, ¿tienen conocimientos sobre él?, ¿el tema realmente da pie al debate?
En el caso B puede que se trate de alumnos que monopolizan la clase, mientras otros sienten vergüenza al hablar en público o se sienten intimidados por los primeros. Sin duda la personalidad del alumno es un aspecto clave en el desarrollo de un debate. ¿Puedo controlar los turnos de habla?, ¿han tenido tiempo suficiente los alumnos para preparar y ensayar cómo van a exponer sus argumentos?, ¿hemos creado un clima agradable que fomente la cooperación?, ¿todos los alumnos saben debatir?
Y quizá en el caso C el debate sea demasiado ambicioso para el nivel de los alumnos. ¿Hemos ofrecido a los alumnos las herramientas necesarias para poder participar en un debate?, ¿se ha trabajado previamente el léxico relacionado con el tema?
Teniendo en cuenta estos interrogantes, ¿se te ocurren ideas o sugerencias para llevar a cabo un exitoso debate en el aula?
Este artículo ha sido escrito por Eva Casarejos, tutora en formacionele.com, la plataforma International House para la formacion de profesores de español. Créditos de la imagen: Starmanseries.
De entrada, me parece que hace falta definir mejor el término “debate”: no solo es un intercambio de opiniones sino un intercambio y enfrentamiento de opiniones basadas en ideas y argumentos. Eso nos da una pista importante para la preparación: sin ideas y argumentos no hay debate. Luego, creo que no es suficiente mencionar que aparece en el MCER. En el PCIC solo aparece en el nivel B2 (Debates y discusiones públicas) y es lógico: lo que se necesita para poder desenvolverse en un debate público no es moco de pavo. Por eso no estoy de acuerdo con la afirmación de que sea una dinámica habitual en la vida real (por cierto, el aula también es vida real): es habitual en los medios, en ambientes académicos, etc., donde participan personas (teóricamente, al menos) bien preparadas; lo que se produce en la vida diaria son discusiones entre amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc. Ese es un género o formato muy distinto.
El artículo contiene también una contradicción. Las ventajas que supuestamente ofrece el debate lo son cuando todo va bien, pero cuando el debate no funciona, como en los escenarios que nos pintan, desaparecen. En otras palabras, para que un debate (o cualquier otra actividad didáctica) ofrezca estas ventajas, hay que organizarlo de tal manera que la preparación incluya necesariamente esas prácticas. Un debate no estimula, de por sí, la participación activa: es la participación activa la que estimula el debate. Por tanto, hay que dejar de ver el debate como un producto y empezar a verlo como el punto final de un proceso. Y quiero hacer hincapié en ese aspecto: el grueso del aprendizaje se produce en la preparación del debate, no en el debate mismo. En la vida “real”, los participantes llegan con un bagaje: son profesionales en algo, llevan años o décadas estudiando el tema, han hablado mil veces de él en todo tipo de situaciones… ahí es donde se produjo su aprendizaje, no en los 20 o 30 minutos de debate.
Para concretar (que es lo que suelen pedir los profesores): para preparar un debate, forma grupos de tres que deben preparar los argumentos, ideas y opiniones que uno de ellos expondrá y defenderá en el debate final. El representante se designará por sorteo al final del trabajo en grupo para que nadie se pueda escabullir del trabajo de preparación. Ten en cuenta que será en esos grupos donde se produzca el aprendizaje y donde se maximice el tiempo de habla, por eso antes de empezar puede ser necesario trabajar funciones relacionadas con el intercambio de opiniones, etc. Y finalmente: organiza el debate de manera que el formato obligue a los participantes a ser eficaces y comunicativos: si te obligan a exponer tu punto de vista en poco tiempo debes pensar bien en cómo dices lo que tienes que decir. Organiza un votación entre el público al principio y al final sobre el tema para ver hasta qué punto han cambiado de opinión.
Resumiendo: el quid de la cuestión no está en el producto, sino en el proceso.